jueves, 16 de abril de 2009

La ética se ocupa de las relaciones entre los seres humanos, del modo en que las valoramos, de lo que esperamos de ella. Es un saber sobre lo que consideramos bueno, justo, que se interroga sobre ello. Pero también sobre lo que nos hace felices o infelices. Las religiones también se ocupan, de algún modo, de estos asuntos, sólo que ellas nos dicen aquello que debemos creer, ya sea sobre lo que otorga la felicidad, ya sobre lo que es justo y bueno. La ética, por el contrario, no pretende decirnos lo que debemos creer, sino que se pregunta por las razones que tenemos para decir que algo es “bueno”, es “justo” o “nos hace felices”. Frente a la fe religiosa la ética ofrece la interrogación, la pesquisa. Pregunta, que, en consecuencia, no da por seguro que podamos obtener una respuesta absolutamente satisfactoria. Podemos errar en las razones, equivocarnos en nuestros juicios. Los objetos de la ética son discutibles: qué es bueno, qué justo, qué nos hace felices. Posiblemente sobre nada sea más difícil ponernos de acuerdo. Y, sin embargo, a pesar de su dificultad, esa disputa sobre lo bueno y lo justo es continua e inevitable en nuestra vida. No podemos escapar a ella.

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